Cantaba Shane MacGowan en «Thousands are sailling» que “allí donde vamos celebramos la tierra que nos convierte en refugiados, por miedo a curas y platos vacíos, a partir de la culpa y las efigies llorosas, y bailamos”. Y la música del Capitán Cobarde puede entenderse desde los recovecos de las palabras de esa canción de los Pogues, a los que también le unen una sonoridad que lo hermana con las raíces del folk. Detrás del Capitán se esconde Alberto Romero, que deja fluir con este proyecto todas las influencias de la música más seminal. Un refugiado que celebra con sus canciones la esencia de esa tierra que le da de comer, invitándonos a bailar cargado de valentía, en contra de lo que su nombre pueda indicar. Por eso debuta con un disco en directo, sin trampa ni cartón, sin filtros y sin salvavidas.
<<<VÍDEO/ACÚSTICO<<COUNTRY-FOLK<<INTERESANTE<<<
Dueño y prisionero de lo que le deparen las tablas. Bebe la música del Capitán de los citados Pogues, pero también de los Waterboys, de los Clash y de Billy Bragg. Sin olvidar a algunas de los nombres que han supuesto el resurgir del folk-rock americano: The Lumineers, Edward Sharpe & The Mag¬ne¬tic Zeros, Hackensaw Boys o los Felice Brothers. Eso sí, conservando la esencia del Rock urbano. La manera de decir las cosas y de frasear de Rosendo Mercado. Para eso se deja acompañar en este debut por una banda en la que destaca la presencia de la guitarra de David Gwynn (Miguel Ríos, Quique González,
Christina Rosenvinge) y a la que se añaden las colaboraciones de La Maravillosa Orquesta del Alcohol en ese «El marinero que jamás dijo te quiero» que parece escrita para que ellos la interpreten, de Kutxi Romero en la mirada al futuro de «Lo venidero», de Lichis en esa declaración de amor semi-country a una morena que es «La gata» y de Carlos Tarque en la bunburyana «Él no murió». Gente que, como él, aman la música por encima de todo y creen que es encima de un escenario donde está la piedra filosofal de su profesión. Un oficio en el que la canción se convierte en lo primordial. En la esencia. Y el Capitán Cobarde lo sabe. Hasta trece surgen de su puño y letra a las que añade la adaptación en castellano del «I’ve just seen a face» de The Beatles. Puñaladas al alma. Flechazos de realidad. Bombas de terciopelo. Bailes sincopados. Soplos de niebla. Sin dejar nada para el futuro. Porque como el mismo asegura en la canción que le da nombre y cierra este disco, “si el barco se hundiera, yo sería el capitán, y éste no es mi barco, y yo no soy de nadie. Tampoco sé nadar”. Ni nadar ni guardar la ropa Capitán. Dejándose hasta el último suspiro tras en un puñado de acordes
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Dueño y prisionero de lo que le deparen las tablas. Bebe la música del Capitán de los citados Pogues, pero también de los Waterboys, de los Clash y de Billy Bragg. Sin olvidar a algunas de los nombres que han supuesto el resurgir del folk-rock americano: The Lumineers, Edward Sharpe & The Mag¬ne¬tic Zeros, Hackensaw Boys o los Felice Brothers. Eso sí, conservando la esencia del Rock urbano. La manera de decir las cosas y de frasear de Rosendo Mercado. Para eso se deja acompañar en este debut por una banda en la que destaca la presencia de la guitarra de David Gwynn (Miguel Ríos, Quique González,
Christina Rosenvinge) y a la que se añaden las colaboraciones de La Maravillosa Orquesta del Alcohol en ese «El marinero que jamás dijo te quiero» que parece escrita para que ellos la interpreten, de Kutxi Romero en la mirada al futuro de «Lo venidero», de Lichis en esa declaración de amor semi-country a una morena que es «La gata» y de Carlos Tarque en la bunburyana «Él no murió». Gente que, como él, aman la música por encima de todo y creen que es encima de un escenario donde está la piedra filosofal de su profesión. Un oficio en el que la canción se convierte en lo primordial. En la esencia. Y el Capitán Cobarde lo sabe. Hasta trece surgen de su puño y letra a las que añade la adaptación en castellano del «I’ve just seen a face» de The Beatles. Puñaladas al alma. Flechazos de realidad. Bombas de terciopelo. Bailes sincopados. Soplos de niebla. Sin dejar nada para el futuro. Porque como el mismo asegura en la canción que le da nombre y cierra este disco, “si el barco se hundiera, yo sería el capitán, y éste no es mi barco, y yo no soy de nadie. Tampoco sé nadar”. Ni nadar ni guardar la ropa Capitán. Dejándose hasta el último suspiro tras en un puñado de acordes
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