Suele ocurrir que la poesía nazca para ser leída en silencio, tal vez con pausas no marcadas en el poema aunque exigidas por la sensibilidad del lector, impelido a cerrar los ojos o mirar al infinito de una pared o al paisaje que se abre bajo las pinceladas de un cuadro. La poesía es caprichosa, unas veces fortalece el alma, otras se empeña en medir la humana dimensión o la consistencia de los sueños. Alguna rara vez, y este es el caso, demanda una voz que la ponga en el aire. Esperanza Fernández recogió el reto que al escribir lanzó José Saramago y, junto a grandes creadores, grabó con la voz más honda del flamenco los poemas suaves del escritor portugués.
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