Desde el exterior, no parece lugar para forasteros. El pub Fagan permanece aislado, entre fábricas, depósitos y almacenes, a tan sólo unos metros al oeste del centro de la ciudad de Sheffield (Inglaterra)...
Otros establecimientos de hostelería intentan atraerte con la promesa de una comida caliente y la hora feliz para beber barato. Pero en Fagan no hacen tales concesiones. No obstante, cualquiera que entre a fe ciega será recompensado con la mejor ración de fish & chips (pescado con patatas fritas) en todo Sheffield, la conversación del propietario (Tom) que campechanamente adorna con citas de Sófocles y Shakespeare, y una celestial pinta de Guinness. El local conserva todos los enseres y accesorios originales en su correcto lugar. Fagan es una hermosa contradicción: no es lo que parece al principio, aunque respira aire de Sheffield por todos los costados. Más que en cualquier otro momento de su carrera creativa, resulta muy apropiado que nos encontremos con Richard Hawley aquí. “Bienvenidos a mi mundo”, canta a modo de saludo, con la melodía de la canción de dicho nombre (Welcome to My World) de Jim Reeves. “Llevo viniendo aquí más de la mitad de mi vida”.
Deja a un lado lo que sea que pienses que tus conocimientos te hayan enseñado sobre el artista cuyo nombre honró el álbum nominado al premio Mercury del 2005, Coles Corner, su sucesor y éxito Top 10, Lady’s Bridge, y el universalmente aclamado disco del 2009, Truelove’s Gutter. Si Richard Hawley hubiese continuado cultivando indefinidamente el surco sónico que llevó a artistas como Nancy Sinatra, Duane Eddy y Lisa Marie Presley a reclutar sus servicios, ¿quién podría haberle culpado? Con la publicación del séptimo álbum de Hawley, Standing At The Sky’s Edge (De pie al borde del cielo(*), (*)haciendo referencia a un lugar concreto de Sheffield), algo ha cambiado. No hay arreglos de cuerdas en esta ocasión. “Esta vez decidí tocar la guitarra”, explica. Siendo uno de los guitarristas más venerados de su generación, parece extraño que diga eso. Al menos no hasta que le das al botón de reproducir. Las guitarras eléctricas rellenan el espacio recién abandonado con colores que reflejan los atardeceres del devastado paisaje industrial de Sheffield. La inspirada participación de Alan Moulder en la mesa de mezclas añadió mordacidad extra al producto final. Pero mucho antes de ese momento, Hawley sabía que podía tener entre manos algo bueno con la primera reacción que suscitó.
“Mi mujer decía que siempre había querido que dejase de ser tan blanco y negro”, declara sonriendo, “Por lo que a ella concierne, este trabajo no llegó para nada demasiado pronto”.
“Mi mujer decía que siempre había querido que dejase de ser tan blanco y negro”, declara sonriendo, “Por lo que a ella concierne, este trabajo no llegó para nada demasiado pronto”.
Adéntrate en el tema que abre el álbum y es posible que te inclines a asentir con esa afirmación. Un minuto y veinte segundos escuchando She Brings The Sunlight (Ella trae la luz del sol) y ninguno de los puntos de referencia habituales utilizados al describir la música de Hawley music te servirán. Cuando la canción explosiona en salvaje colorido psicodélico, Hawley suena como un hombre perforando los cimientos de un sonido blanco y golpeando una marea negra de pura melodía. La envergadura de escala es imponente. Hawley ha escrito no pocas canciones de amor a lo largo de su vida, pero esto es algo diferente. “La canción trata sobre estar físicamente atraído por alguien a quien amas de verdad”, explica. “La gente habla sobre eso como si fuese algo cursi, pero yo quería hacer justicia a lo que realmente se siente. Me entran ganas de ponerme a aplaudir cuando mi mujer entra en una habitación. Es como una revelación”. A fin de hacer justicia a esa escala de intensidad emocional, Hawley se reencontró con parte de la música que le había proporcionado algunos de sus epifanías juveniles. Creció escuchando los discos de vinilo a 45 revoluciones de country y rock’n’roll de sus padres. De adolescente, tratando de buscar su propia identidad musical, la experimentación recreativa de Hawley le llevó hasta expedicionarios lisérgicos como Syd Barrett, The Stooges, The Seeds, Strawberry Alarm Clock y The Chocolate Watchband.
Una renovada afición por aquellos artistas parecía encajar con los cambios que estaban sucediendo en el mundo personal de Hawley. La muerte de su amigo íntimo y músico Tim McCall impulsó a Hawley, con 45 años, a reflexionar sobre el propósito de nuestra breve estancia en este mundo. Igualmente decisivo a la hora de marcar la senda creativa venidera fue un encuentro entre Hawley y un amigo que había perdido recientemente a su mujer. “Hablamos sobre astronomía. Me he pasado toda mi vida mirando a las estrellas, pero para él esta afición era algo relativamente reciente. Le pregunté por qué se había empezado a aficionar a esta ciencia y me dijo, ‘Siempre me ha interesado, pero empecé a estudiarla porque quería ver si la cara de mi mujer estaba allí arriba’. Me impactó como un disparo de bala comprobar que ese nivel de pérdida (la muerte) podía transformarse en algo tan hermoso”.
Las reverberaciones de aquella conversación se pueden detectar en una de las interpretaciones que marcan el tono del álbum. Para ser una canción con tal aura de serenidad cósmica, Don’t Stare At The Sun (No mires fijamente al sol) cubre una enorme distancia: una meditación inspirada en, por un lado, una mañana adormilada en la que un padre falto de sueño comparte juegos con su hijo pequeño haciendo volar una cometa en el parque y, por el otro, el destino que encontró Isaac Newton cuando decidió mirar fijamente al sol. “Quemó las retinas de sus ojos”, explica Hawley, “de forma que así, a partir de aquel momento, todo lo que veía era oro”.
Para Hawley todos estos elementos dispares parecían sincronizarse y encajar de forma bastante natural en las canciones que le salían al ponerse a componer. Poco después de terminar el trabajo en este álbum, adquirió un nuevo compañero – “un collie (perro) más listo que el hambre” – que era lo que le hacía falta para desconectar con la cultura popular y embarcarse en largos paseos hasta la zona boscosa de Ecclesall Woods a las afueras de la ciudad. Atreviéndose a perderse por completo, se topó con uno de los monumentos más antiguos de Sheffield. Conocida como la tumba del carbonero (The Charcoal Burner’s Grave), era el lugar de descanso final de George Yardley y uno de los primeros sitios en llevar el nombre de Sheffield. Esto era todo lo que necesitaba Hawley para encender de forma efectiva la mecha en la espectral balada de folk oscuro The Wood Collier’s Grave (La tumba del carbonero). “Es como adentrarse en otro mundo”, explica Hawley, “Se puedes encontrar cosas del neolítico allí. Graffiti de hace miles de años”. Fue allí también donde Hawley se inspiró para escribir el tema más catárticamente crudo del álbum. Construido a partir de los acordes de blues más simples, interpretado con un crudo abandono que sugiere innumerables kilómetros acumulados escuchando a los MC5, Down In The Woods (Por el bosque) sin duda parece estar destinado a ser uno de los favoritos del público en directo. Otra reivindicación de la decisión de Hawley de reemplazar las cuerdas de otros tiempos con guitarras y, gracias al ingenio de su teclista John Trier, ruidos de cohete.
Sólo hay que fijarse en los títulos de discos anteriores como Lowedges, Coles Corner y Lady’s Bridge para darse cuenta de que la música de Hawley se dobla como una rica geografía psicosocial de su ciudad natal. Al igual que en aquellos álbumes, Standing At The Sky’s Edge toma su título de una zona de Sheffield (Sky Edge) que en el pasado alcanzó cierta mala fama como resultado de los enfrentamientos entre bandas mafiosas provenientes de las partidas de juego ilegal que se organizaban allí. El problema llegó a ser tan grave que se creó un escuadrón policial, represivo y de dudosos métodos, llamado Sheffield Flying Squad a fin de restablecer la ley y el orden allí. “Los cuchillos forman parte de la historia de Sheffield”, cuenta Hawley, “Nuestros padres los fabricaron. Nosotros los llevábamos por ahí cuando éramos niños, pero siempre nos enseñaron a utilizarlos responsablemente, ya me entiendes”. En el tema que da título al disco, el pasado de Sheffield actúa como telón de fondo de un presente anti-utópico de delitos con cuchillos agravados por la negligencia gubernamental. “La diferencia entre entonces y ahora”, explica, “es que los más mafiosos están en el poder, rematando la liquidación de activos que Thatcher había iniciado en décadas anteriores”.
Si hay una temática dominante en el álbum de Hawley, es que se puede encontrar belleza y significado al aceptar lo diminutos que somos dentro del esquema general de las cosas. En las fogosas declamaciones cinematográficas de Leave Your Body Behind You (Deja tu cuerpo tras de ti), el dolor que se siente al morir los amigos se transforma por alquimia en algo casi festivo. “Se ha infringido mucho daño a este mundo por personas que obtienen todo su conocimiento de un único libro – ya sea La Biblia o el que sea. Y si al menos nos pudiésemos permitir liberarnos con el hecho de que esta es nuestra única oportunidad en este mundo, podríamos concentrarnos en lo que de verdad importa. Realmente creo que el hombre podría haber llegado a la luna hace 1000 años si hubiésemos aceptado eso”. Esta es una temática a la que Hawley regresa en la canción que cierra el álbum. “Aquí estamos / De prestado en la tierra por las estrellas”, comienza cantando en Before (Antes) (con la aparición de Martin Simpson como músico invitado), antes de embarcarse en un viaje que va desde la ensoñación iluminada por la luz de las estrellas hasta un despliegue a cámara lenta de pirotecnia en el mástil de guitarra. “Creamos religiones enteras a fin de convencernos a nosotros mismos de que no vamos a morir”, explica Hawley, “Nos atan y nos hacen feos y crueles”. Porque, como hemos dicho, este pub no es todo lo que parece, agrega el dueño con una frase de Hamlet. “Es la escena del sepulturero”, declara Tom, ‘El César imperial, muerto y hecho barro, puede tapar un hoyo para interceptar el viento’. Esta es la premisa básica de toda ciencia. La materia ni se crea ni se destruye”.
Pero basta ya por ahora de las revelaciones sobre lo que ha inspirado a Hawley a escribir estas canciones. Para los fans que vayan a descubrir Standing At The Sky’s Edge por primera vez, la revelación más inmediata es el cambio en la forma de tocar la guitarra de Hawley. De adolescente, tocando por las cervecerías de Alemania con el músico Chuck Fowler, a Hawley le enseñaron que no llamar la atención sobre uno mismo significaba un trabajo bien hecho. Como músico de sesión y (brevemente) guitarrista con el grupo Pulp, ese fue uno de los valores a los que siguió adhiriéndose. No olvidemos que él nunca imaginó que vería su propio nombre en sus discos. La dulce persuasión de sus amigos de Pulp le convenció de lo contrario. Aunque es sólo ahora que Hawley parece permitirse darse cuenta de que mostrar en toda su amplitud sus habilidades no es lo mismo que lucirse. “Fui guitarrista antes de ser cantante. Hasta cierto punto es así como me sigo viendo. Y por tanto, tomo conciencia de añadir uno más a la lista de discos malos de guitarristas haciendo carrera como solitas”.
Realmente no hay que preocuparse en ese sentido. De hecho es difícil no quedarse absorto cuando se escucha Standing At The Sky’s Edge y oímos lo que ha estado conteniendo todos estos años: el impresionante pasaje instrumental en Don’t Stare At The Sun (No mires fijamente al sol); la picante euforia de su interpretación en She Brings The Sunlight (Ella trae la luz del sol); y en, Time Will Bring You Winter (El tiempo traerá el invierno), la sinergia divina de un estribillo brumoso con múltiples pistas y los caleidoscópicos pasajes raga-rock que van creciendo por debajo de él. Si se mide toda la carrera de Richard Hawley en horas de vinilo empezando en la medianoche, los primeros rayos del sol de la mañana coinciden con las barras de apertura de su séptimo álbum. De algún modo esa medida parece totalmente adecuada: Standing At The Sky’s Edge es el sonido de un gran talento que se adentra en la luz. El completo Richard Hawley.
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