La
perpleja vitalidad de Josele Santiago Notas
sobre Lecciones de Vértigo
`'Yo
me levanto a las siete de la mañana'', me suelta socarrón cuando le llamo al
mediodía, hora prudente, para vernos las caras. `'Pero el artista se queda en la
cama, hasta las doce o la una'', sentencia con retranca. Mucho han cambiado las
cosas para Josele Santiago desde que en 2002 se separasen Los Enemigos. Superó
voluntarioso adicciones varias —`'ya no tomo ni un mal Gelocatil''—, las comunes
a un ramo de insalubres tentaciones como la farándula. Matrimonió el gato
madrileño en Barcelona y está empadronado en Castefa, Castelldefels en vulgo.
Alejado de la playa, eso sí, pegado al monte; se intuye que absorto en sus
menudencias, siempre observando desde fuera del meollo. Pequeñeces que en
ocasiones, por íntima alquimia, devienen canciones tan memorables y rozagantes
como las que dieron alas a sus tres anteriores discos en solitario, trabajos
donde la inconfundible y callejera voz de Los Enemigos vestía los trapos del
cantautor, o de una versión castiza y nada solemne del mismo, bañada en
instrumentos acústicos y antiguas nocturnidades. Las Golondrinas Etcétera
(2004), Garabatos (2006) y Loco Encontrao (2008) cartografiaron la
madurez de un artesano de la canción en castellano, autor de tonadas que se
pegan a la cotidiana perplejidad como el musgo a la corteza del roble, la piel
arrancada al asfalto caliente. Letras y músicas a una modesta pero vivificante
escala, la del cronista sin otra pretensión que la de retratar —y quizás
retrasar— su indiscreto trayecto vital.
Hoy
Josele, a sus 46 inviernos, vuelve a dar un giro a su carrera en un cuarto
trabajo, Lecciones de Vértigo, que le ha visto recuperar la guitarra
eléctrica y el pálpito de un rock soterrado y elocuente, nada ornamentado ni
agresivo, en los huesos de una poética cada vez más certera por indirecta. `'Se
trata de intentar decir las cosas con menos palabras y sobretodo menos raras'',
razona. `'Las cosas ya son complicadas de por sí, no es sencilla la vida
cotidiana, nadie dijo que iba a ser fácil. Uno intenta reflejar esa complejidad
implícita''. Siempre supo expresarse desde una perspectiva esquinada y
estimulante, que es como mejor se llega al oyente, saltándose la obviedad pero
nunca la sencillez, dando etéreos rodeos para derramarse fructífera en el
inconsciente. Por ello su voz y sus canciones permanecen en nuestro interior,
también a nuestro alrededor en cómplice órbita social; son personalísimo e
intransferible espejo deformado de su realidad, que es por extensión la nuestra.
Desde estas armonizadas invenciones entre irónicas y existenciales —y
Lecciones de Vértigo incluye trece ejemplos palmarios— resplandece la
libertad del descreído, el chispazo del artista a su aire. Que es quien al final
importa cuando las leyes del mercado pugnan por desterrarle a la invisible condena del agua pasada que sigue
empero moviendo molino. Es la música popular voraz negociado industrial que se
alimenta de carne joven y desechable, de ahí en parte su actual estado crítico,
pero ocurre que la veteranía cala más hondo. Mucho más. Una
muestra. Siendo joven y estúpido, como lo fuimos todos, resultaría harto
improbable ser capaz de abrir función con algo como «Hagan Juego» y su metafísico primer disparo: `'Puede que no
sea volar / No tenerle apego al suelo / Alto sólo es un lugar / Vulgar / Para el
cielo''. ¡Toma ya lírica sinvergüenza! O bordar un solo de guitarra
—entrecortado, sentido, brioso— como el que deleitoso cercena «Fractales», una de esas baladas que sólo alguien como Josele
sabría alejar de la melancolía en la vía central para darle cobijo en la vereda
del anhelo. O cachondearse de ese nuevo espécimen de gallito ibérico que asola
nuestras calles patrias virilmente maqueado, en «Canción de
Próstata», y sentir incrédula repulsa ante la estupidez contemporánea del culto
al cuerpo que desvela «Sin Dolor». `'Trata de esa manía con la puta
felicidad, que es una enfermedad tremenda'', reflexiona mientras sorbemos agua
de la fuente y fumamos como si fuese a pudrirse todo el tabaco del mundo. `'Tú
puedes aspirar a ser mejor persona, a disfrutar más de las cosas, grandes o
pequeñas, como quieras, pero ¿a ser feliz…?''. Siempre nos quedará a los
maduritos ese día más que concede el «Sol de Invierno»,
apunto; otro hermoso tiempo medio en la acera luminosa del callejón, reverso de
aquella canción de hace unos años que recordaba a tantos caídos de nuestra
generación. `'Es como la arenga a una tripulación que va a dejar el barco
para bajar a tierra: intentad pasar desapercibidos y no deis mucho el cante'',
explica con sorna. `'Calladitos y eso, sin hacer mucho ruido''. Es
Lecciones de Vértigo un álbum rejuvenecedor, casi primaveral, anclado en
viejas formas de canción rock y sonidos eléctricos que, por gustosamente
clásicos, no se marchitarán cuando regrese el otoño y caiga luego otro invierno.
Intuyo que lo es, en parte, como inconsciente respuesta a haberse gestado en
luctuosos tramos vitales. La reacción hipócrita generalizada ante la
desaparición de Antonio Vega, por ejemplo, expuesta en «El
Lobo»: `'A mi modo de entender, se dijeron muchas sandeces. A veces la
envidia se disfraza de compasión. Vivió como le salió de los cojones… y punto.
La canción va de supervivencia y libertad, de ir a tu bola''. También la
composición más especial del álbum para él, «Pae»,
evocando la larga y absurda agonía de su padre, en un hospital de Cádiz, en
pleno carnaval. `'Murió de fumar, de un cáncer de pulmón'', recuerda cuando aún
no ha pasado un año. `'Estaba el hospital justo al lado de donde hacían los
concursos de chirigotas, aquello era demencial, surrealista''. La portada del
disco la firma el pintor Santiago Bueno, amigo de su padre. Merece pues mención.
Que
no se me olviden otros trascendentes datos técnicos: a diferencia de anteriores
grabaciones, esta vez no se respetó el directo riguroso y se prescindió del
antes muy presente piano, no así del sedoso toque del órgano Hammond. `'El
método había de ser distinto si yo me iba a encargar de las guitarras solistas y
todo lo demás, teníamos que grabar las bases antes y luego ir puliendo
aristas'', reconoce dando pistas de porqué Lecciones de Vértigo recupera
en cierto modo la dinámica de un rock festivo y estiloso, también por momentos
sentimental a pesar suyo. `'Hemos grabado primero guitarra, bajo y batería, con
lo cual he tenido más espacio, como guitarrista y como cantante, que también me
apetecía mucho, hacía muchísimo que no me ponía así a cantar''.
Lecciones
de Vértigo concluye en naturalista interpelación a un dios desconocido por
inexistente, tal vez encarnado en ese oceánico demiurgo que representa «El
Estibador». Canta con su inconfundible deje aquel muchacho del madrileño barrio
de Caño Roto: `'El cielo es azul / Se llega en autobús / Reparten caramelos / Y
apagan la luz''. Y no puedo resistirme a recordarle lo que dicen los boxeadores:
el dolor es inevitable, el sufrimiento opcional. Josele sonríe y asiente, el muy
canalla. Seguro que ya le está sacando punta a otra canción.
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