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Por otro lado, el disco tiene una rica densidad que desliga a Elefantes del Pop más ligero de antaño. No obstante, la voz de Shuarma se presta a la regresión. Uno termina notando que en ‘Descargas eléctricas’ los chicos se pusieron al servicio de la idea principal de la canción. Un corte edificado desde las bases sostenidas por un sintetizador y por el ritmo que sugiere bajo la superficie del cante.
‘Momentos’, más melancólica, parte del piano para proteger una canción sincera y perfecta. Un canto de esperanza al borde de un caos controlado por los productores Santos & Fluren hacia los infiernos recreados en los estudios Blind Records de Barcelona. En cambio, ‘No me busques’ empieza con la distorsión de la guitarra, amenazante y cortante, hasta oscurecerse en ‘En cajas’, una composición “muy Elefantes” con aires flamencos, que va más por los derroteros de Triana.
Acercándose al final, ‘Ya no hay nada más que hacer’ recrearía la música solitaria de los años 60 y 70. ‘El sueño’ podría continuar esa soledad. Un golpe en la boca del estómago que prepara el final con ‘Rinoceronte’, acabando la canción así, sin más. Dejando seco el cuerpo con la canción más oscura de todo el álbum. Corta y directa.
La vuelta a la vida de Elefantes es una realidad. Shuarma, Jordi Ramiro, Julio Cascán y Hugo Toscano están aquí para hacer la existencia un poco más amable.
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