Madurez, tiempo de audacias
Sole Giménez reinventa en `Pequeñas cosas' once clásicos del pop español en clave de son, bolero, swing o samba
La otra cara de la moneda. Allá por junio de 2009, desde el momento mismo en que Sole Giménez sostuvo entre sus manos los primeros ejemplares de Dos gardenias -su homenaje a los temas latinoamericanos que más la conmovieron-, la cantante levantina comprendió que aquella aventura no estaba completa: faltaba un disco similar con el que rendir tributo a los clásicos de autores españoles que forman parte irrenunciable de su memoria sentimental. Metidos en harina y con un cuarteto de instrumentistas ya engrasado perfectamente, la empresa ha cobrado cuerpo en poco más de un año. Si Dos gardenias fue el haz, el envés lleva ahora por título Pequeñas cosas -casi como la canción de su adorado Serrat- e incluye once lecturas en clave de latin jazz de otros tantos himnos celebérrimos del pop español. Y de propina, un par de nuevas composiciones (Un tren perdido y Mujer) de la dama que ya en su día escribió éxitos como Mi pequeño tesoro o La mujer que mueve el mundo.
Pequeñas cosas constituye, pues, la prolongación natural y necesaria del trabajo anterior, un guiño a los grandes artistas que a lo largo de estas cuatro últimas décadas han dejado en lengua castellana lo mejor de sí mismos. “Tenía la necesidad y el deseo de tocar con músicos de jazz”, confiesa Sole, “pero me encontraba con una absoluta carencia de repertorio en nuestra lengua. Nosotros no tenemos standards más allá del bolero, y por eso se me ocurrió juntar los dos caminos: la música popular en castellano y el latin jazz”.
Puede que no sea el camino más evidente para una mujer con casi un cuarto de siglo en la primera línea del pop español, una estrella que llenó plazas, polideportivos y auditorios en sus tiempos como vocalista de Presuntos Implicados. Pero un pequeño detalle acabó de corroborar que había escogido bien el sendero. “Fue la primera vez que me vino a ver mi madre durante la gira de Dos gardenias”, rememora, divertida. “Bajó a felicitarme a los camerinos y me dijo: `Nena, hay que ver lo bien que te lo pasas en el escenario'. Entonces comprendí que había acertado”. Hoy lo razona con un brillo en la mirada: “El que no evoluciona se pierde muchas oportunidades en la vida, y en estos momentos tengo claro que con el latin jazz he encontrado la horma de mi zapato”.
Una escucha atenta de Pequeñas cosas corrobora, desde el primer momento, esa impresión. Sole demuestra un desparpajo insólito incluso para una artista de tan amplio bagaje como el suyo. Y así van aconteciendo pequeños milagros tan impensables como que Déjame, el inmortal himno de la movida madrileña, se convierta en una balada de swing irresistible; o que Calle melancolía, la primera gran canción madrileña de Joaquín Sabina, adquiera el regusto de un imparable son cubano. Más que un álbum al uso, Pequeñas cosas constituye una sorpresa detrás de otra.
“Lo mejor del jazz latino”, presume Sole Giménez, “es que se trata de una música sin costuras, siempre viva y en la que no paran de suceder cosas, porque los solos y los finales están abiertos”. Ahí radica, sobre todo, el encanto de Dos gardenias y de este ineludible complemento con los autores españoles predilectos de Giménez, nuestra parisina de cuna que se crió en tierras murcianas y ahora reside en Valencia. “Me lo estoy pasando como nunca”, se sincera. “Existe comunión con los músicos, nos entendemos bien y todos tenemos el concepto general bien metido en la cabeza. Ha llegado un punto en el que me siento suelta y sin las cortapisas del pop, libre de coquetear con un repertorio al que estamos modelando como si fuéramos unos pequeños escultores”.
Audacia y travesura. Son los dos términos predilectos en el diccionario de Sole durante estos últimos meses. El riesgo y la novedad como leit motiv a la hora de afrontar cualquier nueva versión. “Ya sé que no estoy descubriendo América ni soy Björk”, se ríe sin tapujos, “pero tengo 47 años y me siento más ancha que larga, en ese punto de la vida en el que crees en ti misma y te notas segura y resolutiva”. De ahí que no haya apriorismos ni retos que, de entrada, se desechen por imposibles. ¿O quién dijo que Volando voy, el temazo de Kiko Veneno que sublimaba Camarón, no podía esconder un ritmo de samba y bossa nova?
Para que el juego resultara completo, Sole quiso centrarse solo en temas extraordinariamente populares. “Si las canciones originales no las conociera casi nadie”, razona, “este sería un divertimento de cara a la galería. Y no. El factor sorpresa radica en descubrir hasta qué punto puede llegar a transformarse una canción que llevamos escuchando toda la vida. Es un proyecto de espíritu muy lúdico, nada intelectual. Y las travesuras tienen que notarse desde el primer momento, como un chiquillo al que descubren haciendo una trastada…”.
La nómina de autores originales en Pequeñas cosas es inapelable, pero solo uno de ellos obtiene doble representación: la firma de Antonio Vega está detrás de El sitio de mi recreo y de Una décima de segundo, proveniente de su época en Nacha Pop. “Lo quise hacer así como un pequeño, pequeñísimo homenaje a Antonio, un hombre que no tenía que habernos abandonado”, se entristece Sole. Otro tanto podríamos decir en el caso de Cecilia, que abre el volumen con su mítico Un ramito de violetas. “Aún no se le ha hecho suficiente justicia a esa mujer”, argumenta Giménez. “Deberíamos enorgullecernos más de haberla tenido entre nosotros como autora y artista”.
Apuntemos al corte que apuntemos, detrás de él emerge un autor incontestable. Tan pronto Sole reinventa a Alejandro Sanz (“es de los más difíciles, tiene textos muy largos y personaliza como nadie la forma de cantar las canciones, pero el bolero le sienta muy bien”) como rescata aquel Soy rebelde que tanta difusión logró en labios de Jeanette. “Fue la primera canción que me aprendí, con seis o siete años”, desvela Sole, “así que era inevitable que figurase entre las seleccionadas. Porque yo también he sido siempre muy rebelde, aunque a veces no lo parezca…”.
Para rematar la faena, el maestro Serrat acepta un mano a mano con Giménez para el clásico que da título al disco. Un dúo entrañable y cargado de significación, igual que el otro del álbum: la colaboración con Manuel Veleta en Mujer, uno de los dos temas propios. Veleta es por ahora mucho menos conocido que Joan Manuel, evidentemente; pero tras ese nombre artístico se encuentra el hermano menor de Sole, un talento en ciernes a falta solo de que le descubra el gran público. En un disco repleto de audacias, este hermoso guiño fraternal sirve como un final de fiesta particularmente gozoso y significativo.
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