Está claro que el nuevo disco de LA CASA AZUL, “La Gran Esfera”, va a suponer un antes y un después en la discografía de Guille Milkyway. Un salto al vacío en todos los sentidos. Ese puzzle que estamos componiendo poco a poco, y que va descubriendo a un compositor que ha dado un paso adelante, un giro suicida. Y como buena metáfora, no hay mejor representante en este disco de esta nueva etapa que este cuarto adelanto, la cuarta pieza del rompecabezas.
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ITUNES
“Nunca Nadie Pudo Volar” es una canción sobre la angustia vital, sobre la tozudez humana desafiando las leyes de la ciencia, e incluso sobre nuestra propia estupidez. Para ello la historia de Franz Reichelt, un sastre austriaco que, en su obsesión por superar las leyes de la gravedad, se lanzó desde la torre Eiffel armado con un traje volador imposible que diseñó él mismo inspirándose en los dibujos de Leonardo Da Vinci, para acabar cayendo al vacío y muriendo al instante, en un momento tristemente célebre que fue filmado el 4 de febrero de 1912.
Pero este enfoque crudo y descorazonador choca con el espíritu ensoñador de la música, entre el italo disco y el dream, entre Moroder y Rozalla, entre el estilo y el hit, entre el cuatro por cuatro inmisericorde y la melodía inolvidable. Sí, Guille pone de nuevo la trituradora estilística en marcha y juega de nuevo al efecto huidizo, a una música que emociona y te eleva, mientras la letra te acerca a los infiernos o te libera. Matices, lecturas, todo un universo en el que adentrarse en una canción que es como un clásico del sonido de LA CASA AZUL pero que está repleto de pequeños arreglos, detalles, pinceladas y paradas que lo llevan al sonido del futuro.
Seguimos junto a él el camino de baldosas amarillas. No sabemos muy bien a donde nos llevará. No creemos en Oz, y no queremos volver a casa. Pero confiamos en LA CASA AZUL y esperamos impacientes descubrir cual es la meta.
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“Nunca Nadie Pudo Volar” es una canción sobre la angustia vital, sobre la tozudez humana desafiando las leyes de la ciencia, e incluso sobre nuestra propia estupidez. Para ello la historia de Franz Reichelt, un sastre austriaco que, en su obsesión por superar las leyes de la gravedad, se lanzó desde la torre Eiffel armado con un traje volador imposible que diseñó él mismo inspirándose en los dibujos de Leonardo Da Vinci, para acabar cayendo al vacío y muriendo al instante, en un momento tristemente célebre que fue filmado el 4 de febrero de 1912.
Pero este enfoque crudo y descorazonador choca con el espíritu ensoñador de la música, entre el italo disco y el dream, entre Moroder y Rozalla, entre el estilo y el hit, entre el cuatro por cuatro inmisericorde y la melodía inolvidable. Sí, Guille pone de nuevo la trituradora estilística en marcha y juega de nuevo al efecto huidizo, a una música que emociona y te eleva, mientras la letra te acerca a los infiernos o te libera. Matices, lecturas, todo un universo en el que adentrarse en una canción que es como un clásico del sonido de LA CASA AZUL pero que está repleto de pequeños arreglos, detalles, pinceladas y paradas que lo llevan al sonido del futuro.
Seguimos junto a él el camino de baldosas amarillas. No sabemos muy bien a donde nos llevará. No creemos en Oz, y no queremos volver a casa. Pero confiamos en LA CASA AZUL y esperamos impacientes descubrir cual es la meta.
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