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Las condiciones nunca le han sido más favorables a Coralie para reivindicarse como escritora, aún teniendo que haber sufrido algún proceso doloroso para conseguirlo. Pero ha valido la pena, visto el resultado. Ha encontrado en Thomas Coeuriot al compañero perfecto para conseguirlo. Experimentado guitarrista y multi-instrumentista con apetito insaciable por cualquier estilo musical, Thomas es hijo del productor y arreglista Michel Coeuriot (Souchon, Voulzy, etc.) y un modelo, en cierto modo, del refinamiento francés.
La belle affaire es la historia de una suave doble emancipación de la hermana e hija de familiares famosos que, de ahora en adelante, depositarán su confianza por entero a sus propios talentos. “Thomas tocaba la guitarra en la gira de mi disco anterior, Toystore, y acabamos componiendo algunas canciones juntos, pese a que nunca imaginamos acabar grabando un disco juntos. Cuando finalizamos, había alrededor de veinte canciones. Se convirtió en una relación profesional muy intuitiva, nunca planeábamos nada”.
Cuanto más se acercaba al objetivo, mayor era la presión que Coralie sentía ante la perspectiva de afrontar un reto diferente al que había tenido únicamente como cantante hasta la fecha, e incluso la perspectiva de volver ante los focos, ya que se dedicó por entero al cuidado de su hija durante tres años. Ambos aspectos, maternidad y rupturas, han inspirado de manera sutil algunas de las letras sin resultar exhibicionista. Gran admiradora del talento para hacer alusiones de Sofia Coppola y otros directores americanos, Coralie descubre un talento compositor de estilo impresionista en el que cede al oyente el ajuste del objetivo para congelar la imagen… o no. Tras tres años viviendo en Nueva York, se sentía del revés en París, un “lost in translation” en toda regla entre dos vidas que este disco trata de reconciliar.
Lo que deja claro es que estos siete años de reflexión han traído nuevos deseos, mucho entusiasmo y orgullo musical que intoxican el disco. Un “belle affaire”, sin duda.
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