Si lees los nombres de sus discos podrías creer que son el último clon de los grupos de gélido indie escandinavo. Ya. Mucho ‘El amante del invierno’, pero esas guitarras y esa voz abrasan, crepitan como las de su debut, nominado con el poco mediterráneo título de ‘Canciones de niebla’. Y sí, su espíritu es medio norteño, con un pie en los tugurios parisinos de los 50 y 60, otro en el Swinging London y un tercero dudando si taconear por esas oficinas neoyorkinas llenas de compositores a sueldo o por las libérrimas arenas de California. Pero Santos de Goma no emigran de Málaga por más que le pongan velas a Bacharach, recen a Boris Vian y Gainsbourg, se vistan con las chaquetas rayadas de Brian Jones o Ray Davies o engullan huevos crudos para afinar como Brian Wilson.
Su segundo disco es un nutritivo potaje producido por las manos sabias de Pachi García ‘Alis’, que ha mezclado en el perol la psicodelia primigenia en la que Conde ha hervido 11 nuevas búsquedas de la canción pop perfecta. Una sopa con energéticos antioxidantes (“El tren” o “Saber perder”), esperanzados estabilizadores (“Cuando sea mayor”), emulsionantes (“Té y desilusión”, el primer single, o “Mi capitán”), edulcorantes (“El último de los creyentes”) y acidulantes (“Ropa de verano”, un tema solo disponible en la versión CD, no en la de descarga digital).
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‘El amante del invierno’ se grabó entre Úbeda y Baeza en un par de semanas con intención de que sonara crudo, inmediato, pero eso no quiere decir que sus arreglos adolezcan de simpleza: escuchad “La fiesta final”, un temazo con ecos a Polnareff que podría ser su “Ruby Tuesday” particular; “Cuarto milenio”, cuyo glockenspiel reverbera como campanas spectorianas, o el magnífico final, con “En el viento” o “El amante del invierno”, lírica y hermosa en su sencilla complejidad.
Santos de Goma beben gin-tonics los lunes y cerveza los martes, alternan los zapatos de dos colores con los botines, y escudriñan su entorno musical con ojos de camaleón. Mirar sus gustos es como abrir un parasol japonés. Y verlos en directo es sentir un hormigueo difícil de explicar. Mucha culpa la tienen Conde, compositor, cantante, tañedor de casi todo y un vendaval en directo, e Israel Calvo, un conductor de bus que haría caer a Keith Richards de un cocotero con los rasgueos de su Telecaster. Completan la alineación José Ojeda, un eléctrico guitarrista; Miguel Bárcenas, que acaba de sustituir al flemático y elegante bajista que grabó ‘El amante del invierno’ (Álvaro Gastmans), y Alejandro Granizo, un batería de timbaleo metronómico.
Envuelta en un diseño de Emmanuel Lafont, la nueva rodaja de Santos de Goma es una pastilla que diríamos efervescente si no nos hubieran hurtado el adjetivo las farmacéuticas. Nada de emo nórdico: todo es expansivo y chispeante, con ligeros toques introspectivos que encajan en su tono de pop ligeramente ácido. Ya lo tenemos en formato CD. Ahora solo falta disfrutar estas canciones viendo rodar un vinilo a 45 o 33 por minuto.
Su segundo disco es un nutritivo potaje producido por las manos sabias de Pachi García ‘Alis’, que ha mezclado en el perol la psicodelia primigenia en la que Conde ha hervido 11 nuevas búsquedas de la canción pop perfecta. Una sopa con energéticos antioxidantes (“El tren” o “Saber perder”), esperanzados estabilizadores (“Cuando sea mayor”), emulsionantes (“Té y desilusión”, el primer single, o “Mi capitán”), edulcorantes (“El último de los creyentes”) y acidulantes (“Ropa de verano”, un tema solo disponible en la versión CD, no en la de descarga digital).
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‘El amante del invierno’ se grabó entre Úbeda y Baeza en un par de semanas con intención de que sonara crudo, inmediato, pero eso no quiere decir que sus arreglos adolezcan de simpleza: escuchad “La fiesta final”, un temazo con ecos a Polnareff que podría ser su “Ruby Tuesday” particular; “Cuarto milenio”, cuyo glockenspiel reverbera como campanas spectorianas, o el magnífico final, con “En el viento” o “El amante del invierno”, lírica y hermosa en su sencilla complejidad.
Santos de Goma beben gin-tonics los lunes y cerveza los martes, alternan los zapatos de dos colores con los botines, y escudriñan su entorno musical con ojos de camaleón. Mirar sus gustos es como abrir un parasol japonés. Y verlos en directo es sentir un hormigueo difícil de explicar. Mucha culpa la tienen Conde, compositor, cantante, tañedor de casi todo y un vendaval en directo, e Israel Calvo, un conductor de bus que haría caer a Keith Richards de un cocotero con los rasgueos de su Telecaster. Completan la alineación José Ojeda, un eléctrico guitarrista; Miguel Bárcenas, que acaba de sustituir al flemático y elegante bajista que grabó ‘El amante del invierno’ (Álvaro Gastmans), y Alejandro Granizo, un batería de timbaleo metronómico.
Envuelta en un diseño de Emmanuel Lafont, la nueva rodaja de Santos de Goma es una pastilla que diríamos efervescente si no nos hubieran hurtado el adjetivo las farmacéuticas. Nada de emo nórdico: todo es expansivo y chispeante, con ligeros toques introspectivos que encajan en su tono de pop ligeramente ácido. Ya lo tenemos en formato CD. Ahora solo falta disfrutar estas canciones viendo rodar un vinilo a 45 o 33 por minuto.
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