Fue
en el backstage del concierto de Sevilla, en mayo, cuando Los Secretos me
dijeron que grabarían el nuevo disco en El Cortijo de Málaga. Ese día justo
había ido a verles Carlos Narea, el productor. Todos coincidían en decir que el
estudio era una auténtica maravilla y que estaba situado en un paraje idílico.
Tenían razón. Pero no fue hasta que llegué allí que me di cuenta de la paz y la
tranquilidad que se respiraba en El Cortijo. Era fantástico poder escuchar el
silencio. Pero vamos por partes... La
grabación empezó el 27 de junio. Para el grupo era una experiencia nueva
aislarse para grabar, lejos de Madrid y, además, que el mismo estudio se
convirtiera en su casa. Comentaron que al principio no estaban muy convencidos.
Sólo cuando grabaron “Dos caras distintas”, en el estudio Chiping Norton de
Inglaterra, habían hecho algo parecido. Pero nada que ver con lo que se coció en
Málaga. El primer día, Alvarito, el inseparable backliner del grupo, también
estuvo en el estudio para dejarlo todo listo para la grabación. No os imagináis
la cantidad de chismes que tenían los chicos allí! Y una vez quedó todo
enchufado y preparado, empezó la cuenta atrás. En
el estudio, además del grupo y Carlos Narea, también les acompañaba el ingeniero
de sonido Ángel Martos. Durante unos días El Cortijo fue su hogar.
LOS SECRETOS
Si
habitualmente el buen rollo ya impera en el grupo, imaginaros conviviendo 24
horas. Los chicos iban todo el día en bermudas y chanclas. Comodidad absoluta
para sentirse como en casa. Cuando llegaba la hora de comer, siempre había
alguien que se prestaba a cocinar. Uno de los primeros días, Juanjo se puso el
delantal y cocinó una deliciosa lasaña de berenjenas para todos. Comer en la
terraza con la sierra de Ronda como telón de fondo era increíble. Incluso un día
vimos una cabra. A la hora de cenar, el mando de la cocina lo cogía Anita, una
entrañable señora que preparaba una comida deliciosa para todos. Así que el
entorno y las condiciones eran ideales para desconectar de todo y centrarse
única y exclusivamente en el disco. A la hora de cenar nos acompañaba el
propietario del estudio, el legendario músico inglés Trevor Morais. Aunque
hicieron un alto en el camino para dar un concierto en la Ciudad de la Raqueta,
en Madrid, el grupo pudo sacar mucho provecho de los días que estuvo en El
Cortijo. Las jornadas laborales eran largas. Empezaban a media mañana, pero os
puedo asegurar que no terminaban precisamente cuando anochecía. Después de
desayunar los chicos iban bajando al estudio, que estaba en la planta inferior
de la casa. La metodología de trabajo era grabar una canción por día. Algunas se
les resistían más que otras, pero es emocionante ver y escuchar el nacimiento de
un nuevo tema, como va cogiendo forma, hasta poder escuchar el resultado final.
Iban grabando instrumento por instrumento y, sin duda, el más privilegiado era
Santi, que había instalado la batería en el salón de la casa. El único
inconveniente eran los ruidos que se pudieran colar por el micro. Me acuerdo que
un día, mientras Anita preparaba la cena, Santi le dijo que dejara de batir
huevos durante unos minutos, que iban a grabar. Mientras unos grababan los otros
podían relajarse un poco y si el calor apretaba, chapuzón en la piscina y vuelta
a empezar. Durante el día lo mismo te podías encontrar a Álvaro tocando el
cajón, que al dúo Ramos-Redondo bromeando o a Ramón sentado en la escalera
probando unos acordes con la guitarra. Un día, aprovechando un descanso de la
grabación, nos fuimos fuera del estudio para hacer unas fotos de grupo. No es
ningún secreto que a estos chicos no les gusta posar y menos aún en esa
situación, que tenían la cabeza más en la grabación que en la sesión. Pero sin
duda, capté imágenes poco habituales del grupo. Cuando volvimos al estudio, se
enfundaron de nuevos en sus bermudas y de nuevo al lío. Después
de casi dos semanas en El Cortijo, llegó la hora de regresar a Madrid, con los
deberes hechos. A partir de aquí empezarían las mezclas en el estudio Red Led y
los últimos retoques del disco. Un trabajo cocido a fuego lento y con mucha
dedicación y cariño que muy pronto podremos saborear.
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