Somos hijos de quien nos parió. De eso no cabe duda. Pero donde se abre un universo de posibles maternidades complementarias es en los senos de la cultura que nos amamanta posteriormente toda la vida. Si el útero que nos albergó no dependió de nuestra elección, aunque nunca pudo ser mejor, el lugar donde fuimos a nutrirnos después de llegar aquí sí que lo fue
.Somos hijos de una tierra más bien seca. Tierra que da vino como savia principal. Hijos de los pinares piñoneros y los páramos de viento frío. Hijos también de la dulzaina, la gaita charra; del cinco por ocho y de la jota... Pero sólo hijos. Y, como buenos hijos, decidimos pronto no estrujar demasiado la teta que nos alimentaba, aunque sin renunciar a nuestro apellido. Siendo varios hermanos, cada uno buscó donde pudo y lógicamente, la búsqueda nos reportó hallazgos muy variopintos. A pesar de lo distinto de todas esas búsquedas personales, todos nosotros nos encontramos bastante a gusto con la novia que encontramos un poco más al norte. Novia que tenía primos irlandeses, escoceses, bretones, gallegos, y alguno de más lejos...con quienes congeniamos desde el primer momento y de quien hemos ido aprendiendo, con mucha torpeza a veces, a cambiar el vino por el whisky, la dulzaina por el whistle y lo seco por lo húmedo. A llevar al plato otras recetas que nos hicieron esclavos de su paladar sonoro desde la primera vez.
Nos hemos ido haciendo marineros de tierra adentro, sabiendo que siempre estuvimos de invitados en una casa que no era la nuestra, pero en la que siempre entramos con todo el respeto, porque nuestra madre nos enseñó muy bien ese concepto.
Por eso y porque de bien nacidos es ser agradecidos, ahí os dejamos el botón de muestra de lo que hemos ido guardando en nuestras alforjas.
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